“Luces rojas”: Promesas evaporadas

 “Luces rojas”: Promesas evaporadas

 

“Luces rojas” adolece de indefinición en lo que quiere contar. Una película aparatosa y con vacíos aires de trascendencia en la que se han evaporado la frescura y la capacidad visual del director Rodrigo Cortés.
 
Rodrigo Cortés es uno de los más importantes miembros de esa generación de directores cuya obra, inquietudes y repercusión internacional deberían ser más que suficientes para callarles la boca a tantos vagos de pensamiento que se limitan a repetir una y otra vez el mantra de que el cine español es único y básico. Debutó de forma deslumbrante con “Concursante” (2007), pero tuvo que revalidar su nombre con un encargo que logró convertir en su tarjeta de presentación internacional, “Buried (Enterrado)” (2010). Por tanto, no es extraño que “Luces rojas” (ver tráiler y escenas), un proyecto enteramente personal que debería confirmarle como un valor de futuro, fuese esperada con expectación.
 
 
Y el resultado no puede ser más decepcionante, por más que duela a quien esto escribe. Decepcionante porque, si no viniera firmada por Cortés, no tendríamos ningún reparo en despachar la cinta como una más de las presuntamente inquietantes que nos depara Hollywood a decenas todos los años, y en las que estrellas de antaño se limitan a hacer apariciones poco esforzadas para ganar de manera rápida su dinerito. Y es que lo peor de la película es que la frescura y la capacidad visual que tanto han distinguido a Cortés en sus anteriores trabajos, simplemente se evaporan: “Luces rojas” es aparatosa, con vacíos aires de trascendencia y se asemeja a una copia desmañada de los referentes M. Night Shyamalan y Christopher Nolan.
 
 
Sorprende que, en su afán de ser rompedora y apostar por los quiebros de guión, Cortés haya optado por una historia que tiene autojustificación en sí misma, y que parece haber cogido lo peor de los mencionados. Porque si Shyamalan suele apoyarse en un guión más endeble de lo que aparenta, y en unos diálogos llenos de referencias falsamente profundas —errores en los que, curiosamente, también incurre el director español—, al menos sabe obsequiarnos con su dominio del tempo narrativo, de su capacidad para crear secuencias visualmente memorables —pocas películas hay tan dispares entre texto y caligrafía como “El bosque” (2004)—. Y no deja de sorprender que éste sea, precisamente, el apartado más endeble del filme, con repetitivos y cansinos movimientos circulares de cámara, pobres planificaciones de escenas y aparentes sorpresas argumentales que, para cuando se producen, hace mucho que han dejado de interesar al espectador.
 
 
El problema de las obras definitivas, ésas que aspiran a terminar de marcar un estilo autoral, es que corren el riesgo de perder el norte. Y “Luces rojas” adolece de eso, de una indefinición en lo que realmente quiere contar, que se vuelve en su contra. Por eso no deja de ser sintomático que funcione mejor en su primer tramo, el más ortodoxo y el que permite que sus intérpretes —especialmente una Sigourney Weaver y un Cillian Murphy que se esfuerzan en sus papeles— puedan aferrarse a algo sólido.
 
 
Capítulo aparte merece, una vez más, un Robert de Niro que tiene todo el derecho del mundo a engrosar su filmografía con interpretaciones que no llegan ni de lejos a las que le confirieron su estatus de estrella. Exactamente el mismo derecho que tiene el espectador a dejar de considerarle referencia, un nombre que da lustre a la cinta en la que aparece. Porque si su papel es el de un divo supuestamente dotado con poderes paranormales que presuntamente se dedica a estafar a su público, al menos podía haber utilizado su experiencia como timador de cinéfilos para darle algo más de encarnadura a su personaje. Porque ya no vale con que aparezca poniendo cara más o menos concentrada. No, Robert, no.